Durante el mes de octubre, Rocío Abril Alonso, Carla Arevalo, Julieta Nicole Mansilla Avila, Ignacio Cassas, María Romina Fiorentino, Gabriela Analía García, Mauro Gabriel Cruz y Sabrina Molina, estudiantes de las Lic. en Artes Plásticas y Visuales de la Facultad de Artes de la UNT, participaron de la segunda edición consecutiva de Panorama, una residencia organizada desde la Facultad de Artes de la UNT, a través de su Secretaría de Extensión, junto a la Dirección de Artes Visuales del Ente Cultural de Tucumán, en el marco de la 4° Semana de Artes Visuales de Tucumán.
En esta ocasión tuvieron la valiosa oportunidad de atravesar este trayecto formativo junto a Alberto Passolini, artista argentino quien basa su trabajo en la investigación histórica de las grandes tradiciones iconográficas del arte y la producción artística europea en el Río de la Plata durante el siglo XIX, centrándose en las configuraciones que naturalizaron las relaciones entre género, raza y clase social.
Macarena Gutiérrez, secretaria de Comunicación, junto a Bruno Juliano, secretario de Extensión, conversaron con el artista quien contó detalles finos de lo compartido en las residencias de San Javier durante 3 días junto a los 8 estudiantes seleccionados. Transcribimos aquí algunas de las ideas que luego se pusieron en discusión en la charla MIRAR HACIA EL PUENTE.
Sobre los objetivos y la dinámica con la que se planteó el encuentro, Passolini explicó que no se trató de un proceso lineal. En primer lugar, en el proceso de selección —en el cual participó como jurado junto a Rosalba Mirabella, representante de la Lic. en Artes Visuales en el Consejo de la Secretaría de Extensión—, tuvo en cuenta el vasto universo de propuestas presentadas por los participantes: “El momento de la selección de postulantes fue lo más arduo de este proyecto, tanto para mi como para Rosalba, ya que todo recorte implica gente que queda dentro y gente que no. Esto no quiere decir que uno sea más valioso que otro. Procuramos que hubiera una diversidad de lenguajes en las propuestas, desde la pintura, el video, la performance, el arte sonoro”.
También explicó que lo interesante fue poder articular una residencia construida de manera horizontal donde todos tenían la oportunidad y el compromiso de hacer una devolución. “Estaba muy bien que hubiera ese grado de compromiso combinado con disciplinas que por ahí no son propias. Por supuesto, siempre está el gusto, el «me gusta», «no me gusta». Además, a la par, hay otra cosa dentro del arte contemporáneo que se encuentra más allá del gusto, esto es, la posibilidad de evaluar los interrogantes que surgen de cada propuesta”, detalló.
En la residencia se plantearon dos instancias de trabajo. Por un lado, la presentación y revisión de los trabajos de las y los estudiantes con modalidad de clínica de análisis de obra. Esta dinámica se fue complejizando cada vez más, ya que las devoluciones se ponían en diálogo con otras: “Fue una construcción muy rica que no sólo le servía al que presentaba su propuesta y a quienes hacíamos las preguntas. De algún modo —reflexionó Passolini— nos estábamos preguntando sobre el arte”.
Al mismo tiempo, la experiencia propuso una instancia práctica. Puntualmente, un trabajo con dos elementos: tiza y carbón. “Propuse un ejercicio en el que el objetivo era que, en principio, pareciera una consigna muy aburrida, árida —comentó el artista— y así fue tomada. Sin embargo, los resultados fueron súper ricos. Les propuse algo que no era atrayente para el ojo, que no era atractivo desde la manualidad, porque implicaba trabajar con materiales limitados en su manipulación. De alguna manera, invitaba a que no lo utilizaran de manera convencional. De esta forma, trabajaron desde la abstracción pura hasta una investigación científica sobre la luz que incidía sobre el modelo que había propuesto: un simple vaso transparente con agua. Surgieron muchas situaciones que les permitieron correrse de sus producciones habituales y encontrar nuevas soluciones”.
Otro aspecto que se planteó fue en qué punto abandonar aquello que no los convocaba. “Entonces —continúa Pasolini— algunos cumpliendo la consigna y, en un punto determinado, la abandonaron para comenzar a trabajar con los desprendidos del modelo, de la materialidad, y generaron cenizas para seguir trabajando y conseguir un valor intermedio entre el blanco de tiza y el carbón, o incorporaron fuego o viento. Todo se fue convirtiendo en un laboratorio”.
La experiencia de la residencia culminó con un conversatorio por parte del artista acompañado de los estudiantes que participaron de la misma, en el cual pudieron compartir en primera persona lo vivido durante el proceso de aprendizaje. Passolini, al respecto, destacó que la residencia impactó tanto en los alumnos como en él mismo.
“Así como hay una modificación por parte de quienes participaron de la residencia, considero que también hay una modificación personal. No solo por el hecho de venir a Tucumán sino también porque hay una simbiosis que hace que, al estar en contacto con artistas jóvenes, vuelva a pensar en cosas que me cuestioné en otras épocas. Me sirve para entender el mundo de hoy. Hay un toma y da, así como pueden transformarse ellos también yo me voy transformado”.
